Había una vez una niña que se llamaba Indara. En los días grises en los que la lluvia resbalaba por todos los rincones del tejado de su hogar a ella le gustaba dibujar. Indara se sentaba frente a la ventana de su cuarto y pintaba todas las increíbles figuras que venían a su mente.
Pues bien, uno de esos días Indara estaba tan absorta en sus dibujos que no pudo ver cómo las nubes se apartaban lentamente y un rayo de sol cruzaba el cielo. Solo se dio cuenta cuando el sol se reflejó en su papel. Levantó la vista y alcanzó a ver un paisaje de nubes y sol y un precioso arcoíris que surcaba el cielo. Abrió la ventana para admirar sus colores, le encantaba verlos. Pero, de pronto, se sintió sorprendida cuando escuchó una voz grave y profunda.