Viaje en arcoiris
Viaje en arcoiris
Había una vez una niña que se llamaba Indara. En los días grises en los que la lluvia resbalaba por todos los rincones del tejado de su hogar a ella le gustaba dibujar. Indara se sentaba frente a la ventana de su cuarto y pintaba todas las increíbles figuras que venían a su mente.
Pues bien, uno de esos días Indara estaba tan absorta en sus dibujos que no pudo ver cómo las nubes se apartaban lentamente y un rayo de sol cruzaba el cielo. Solo se dio cuenta cuando el sol se reflejó en su papel. Levantó la vista y alcanzó a ver un paisaje de nubes y sol y un precioso arcoíris que surcaba el cielo. Abrió la ventana para admirar sus colores, le encantaba verlos. Pero, de pronto, se sintió sorprendida cuando escuchó una voz grave y profunda.
– ¡Hola Indara! Me alegro de conocerte. ¿Quieres venir a jugar?
– ¿Quién es?- preguntó la niña desconcertada al no ver de dónde venía la voz.
– Soy yo, el arcoíris al que estás mirando.
– Pero… ¿Cómo puedes hablar?
– Ven aquí y te lo cuento.- respondió él.
Emocionada, la niña salió de casa y fue al prado que estaba al lado desde donde se veía el gran arcoíris mucho mejor.
– No tenía ni idea de que eras un ser vivo- le dijo la niña mirándolo fijamente.
– Hay muchas cosas que no sabes de mí. Soy el resultado de una promesa. Un puente entre dos mundos. Si caminas sobre mí podrás pasar al otro lado y ver cosas fascinantes.
– ¿En serio?- dijo Indara impaciente- ¡Quiero ir!
El arcoíris extendió una mano hacia la niña con una gran sonrisa:
– Agárrate, subir por mí puede ser peligroso.
Indara empezó a subir por la curva del arcoíris y, cuando estaba arriba del todo, puedo ver su casa y su pueblo desde un ángulo nunca visto.
– Ahora siéntate y prepárate para la aventura.- le dijo el gigante arcoíris.
La niña se sentó en el punto más alto y se deslizó hacia abajo como si de un tobogán se tratara. Cayó en un prado enorme donde la hierba tenía un verde que jamás había visto. Flores de todos los colores imaginables se extendían a su alrededor. Su olor era delicioso. Observó el color del cielo, azul intenso, brillante. Una figura venía a lo lejos. Parecía un caballo pero, al acercarse…
– ¡Oh Dios mío! ¡Es un unicornio!- gritó Indara.
De color blanco reluciente, con la cola y la crin de muchos colores. Tenía formas de estrellas brillantes tatuadas en un lateral.
– ¡Bienvenida a nuestro mundo! Me llamo Sun.
¿Quieres subir?- le dijo el unicornio con una amplia sonrisa.
– ¡Claro!- respondió la niña entusiasmada.
Sintió que el viento la empujó hacia arriba y cuando se dio cuenta estaba encima del hermoso unicornio. Su sueño hecho realidad. Sun empezó a volar. Al principio a Indara le dio miedo pero poco a poco empezó a disfrutar del paisaje, del aire en su cara… De lejos vio a más unicornios de colores totalmente diferentes. Miró hacia abajo y pudo ver montañas. Montañas enormes que parecían diminutas por la distancia y después el mar… un inmenso mar. Sun descendió e Indara pudo ver a un grupo de ballenas. Empezaron a saltar por encima del agua. Casi la salpican al caer. Una de ellas la saludó con la aleta. La niña dijo adiós y siguieron volando hasta llegar a un frondoso bosque. El unicornio descendió y se pararon junto a una enorme catarata.
– ¡Qué bonito es este lugar!- Alcanzó a decir una vez en tierra.
– Sí que lo es. Ojalá puedas venir más veces.- le respondió Sun.
– ¡ Croac!
Indara se volvió y vio a una rana con esmoquin y sombrero.
-¡Hola señor rana! ¿Por qué está tan elegante?- preguntó.
– Es el día de mi boda, tengo que estar guapo. – le dijo él.
– ¡Estás muy guapo!
-¿Quieres venir?- le preguntó la rana.
-¡Claro que sí!
Indara pudo disfrutar de ver muchísimas ranas juntas vestidas de forma elegante además de ciervos, zorros y conejos entre otros. Todos los animales del bosque estaban invitados. El señor y la señora rana hicieron sus votos y después lo celebraron en el río. Bailaban y saltaban y la niña también con ellos. Las plantas se movían al ritmo de la música que tocaban los conejos y ratones. Nunca se lo había pasado tan bien como en aquella fiesta animal.
Cuando la fiesta se acabó, Indara empezó a pensar que había pasado mucho tiempo.
– Tengo que irme Sun. Sino mi madre me echara de menos.
– No te preocupes, volveremos enseguida. – le respondió el unicornio.
Subida a su lomo, volaron hasta el prado donde lo conoció. El atardecer pintaba el cielo de colores naranjas, rojos y violetas.
– ¿Cuándo podré volver a visitarte?- le preguntó Indara.
– Espero que pronto. Aún tengo que mostrarte el desierto, la playa y muchos más lugares de este mundo. Pero tienes que tener presente que hay algo muy valioso que no puedes perder. Sino, jamás podrás volver. Es algo que a veces los niños pierden. – le respondió Sun.
-¿Y qué es?
– Lo descubrirás.
Indara y Sun se abrazaron y la niña comenzó a subir de nuevo por el arcoíris, esta vez por el lado contrario. Se deslizó al llegar arriba y cuando cayó estaba en su prado, al lado de su casa. Estaba atardeciendo allí también.
– ¡Vuelve pronto!- le dijo el arcoíris mientras se despedía con la mano.
– Seguro que sí. Avísame cuando vengas por el prado.
Indara corrió hacia su casa y se metió en su habitación. Se sentó enfrente de la ventana. Respiró hondo y cerrando los ojos recordó la increíble aventura que había vivido. Miró al dibujo que dejó a medias pero, ya no era algo sin terminar. Había varios folios de sus dibujos donde se veían ella y Sun volando, las ballenas, la boda de las ranas y los demás animales del bosque. El último folio tenía dibujado al arcoíris y unas letras en grande que ponían. “Nunda pierdas la imaginación”.
“Así que eso es lo que nunca tengo que perder”- pensó Indara.
– ¡A cenar!
La voz de su madre resonó desde lejos sacándola de su pensamiento. Corrió a la cocina pero recordó algo.
– Mamá, ¿Es el arcoíris el resultado de una promesa?
– Sí, te lo enseñaré.- respondió su madre mientras cogía un libro antiguo de la repisa.